La peste se mueve entre nosotros… y esta vez, se arrastró hasta donde pensábamos que nada más quedaban huesos y recuerdos.
El Panteón La Colina, usualmente tranquilo y plagado solo de flores marchitas y trámites burocráticos, se convirtió el pasado 29 de mayo en el escenario de un operativo sorpresa que haría sonrojar a cualquier guionista de Netflix.
Con sigilo fúnebre y más misterio que explicación, agentes de la Fiscalía General del Estado irrumpieron en el camposanto, desalojaron a visitantes y empleados como si hubieran encontrado a Drácula firmando escrituras, y acordonaron el lugar con la sutileza de un velorio interrumpido.
¿El motivo? Clasificado. ¿El resultado? Más preguntas que tumbas.
Las teorías empezaron a flotar más rápido que el incienso en misa de difuntos:
- ¿Exhumaciones clandestinas?
- ¿Narcofosas?
- ¿Una escena perdida de CSI: Chihuahua?
Pero nada confirmado. La Fiscalía guarda silencio… sepulcral. Literal.
Mientras tanto, en Madera, la cosa no mejora: ahí sí desenterraron diez cuerpos en avanzado estado de putrefacción en el panteón del Ejido La Norteña. Sin identificar. Sin paz. Sin contexto.
La Fiscalía de Distrito Zona Occidente investiga si están relacionados con grupos criminales, pero no han dado muchos detalles. Y a estas alturas, ya no sabemos si tememos más al silencio… o a lo que rompe ese silencio.
Volviendo a La Colina, la incertidumbre persiste como miasma:
¿Es un simple operativo o el prólogo de una historia de horror con tintes norteños? ¿Descansan los muertos… o solo están esperando su siguiente aparición judicial?
Por ahora, los cuerpos siguen bajo tierra. Pero los secretos —y los vivos— no duermen tranquilos.
— Redactado con doble mascarilla, guantes, y una vela encendida por si acaso.
Atentamente: Dr. Pestelius



