Huber Eduardo Corral Pérez, mejor conocido por su infame apodo “Kawachi” —sí, por aquel boxeador de opereta con pectorales de plástico—, vuelve a estar bajo el reflector… aunque nunca debió haber salido del banquillo de los sancionados.
Nos preguntamos (y con justa razón): ¿cómo es posible que este personaje, inhabilitado por corrupción, todavía ande activo en funciones públicas y hasta presuma nombramientos internacionales en el mundo del boxeo?
Un breve repaso del horror: corrupción con lentes de lujo
Recordemos que en 2024, el Tribunal Estatal de Justicia Administrativa inhabilitó a Huber por fraccionar contratos del FANVI (un fondo destinado a hijos de policías asesinados) y usar más de 3 millones de pesos en compras absurdas de lentes con sobreprecio. ¿Lentes a seis mil pesos? Qué ganotas.
Y no fue cualquier desliz administrativo: benefició a proveedores sin experiencia, violó la licitación pública y permitió que recursos pensados para huérfanos se desviaran como si fueran premios de un sorteo navideño. Y eso es solo la parte administrativa. Porque la investigación penal sigue viva, como un bubón latente, esperando reventar.
“Kawachi”: la corrupción con bisturí
Pero si el saqueo no fuera suficiente, los rumores (bastante consistentes) apuntan a que parte de los recursos desviados terminaron invertidos en su torso. Así como lo oye. Implantes pectorales. Cirugías estéticas. Lujos que se pagan no con trabajo, sino con dinero público.
De ahí su apodo “Kawachi”, un injerto entre su nombre y el de Jorge Kahwagi, símbolo nacional del ridículo quirúrgico. Una burla pública que, como todo buen apodo, dice más que cualquier sentencia.
¿Y el castigo?
Uno pensaría que después de una inhabilitación, de investigaciones en curso y de escarnio público, este sujeto estaría lejos de cualquier nombramiento. Pero no. Fue nombrado presidente de la International Boxing Commission. También ha sido comisionado deportivo municipal. Y ahí sigue, dando entrevistas, posando con campeones y aparentando respetabilidad.
¿Qué tipo de sistema permite esto? ¿Qué clase de filtro institucional se traga un caso como este sin hacer arcadas?
¿Hasta cuándo?
No es solo la historia de un corrupto más. Es la historia de un sistema que tolera, recicla y hasta premia la desvergüenza. El caso de Huber Corral es una miasma que no se va, un recordatorio pestilente de que, mientras la ley duerme, los “Kawachis” se pasean con impunidad.
Desde La Peste Negra, lanzamos esta pregunta al aire (que por cierto huele a podrido):
¿Hasta cuándo vamos a permitir que personajes como este sigan metidos en la función pública?
Porque el problema ya no es que existan.
El verdadero bubón es que nadie los extirpa.



