A ver, paisa, imagínate esto: estás en la fiesta del santo del pueblo, con música, tamales, la familia reunida, y de repente… ráfagas. Gritos. Miedo. Sangre.
Eso fue lo que vivieron en el municipio de Tarimoro, en Guanajuato, donde al menos 10 personas fueron asesinadas en un ataque a balazos durante una celebración patronal. Y no, no fue en la madrugada ni en una zona de conflicto, fue en plena pachanga.
El comando armado llegó como si nada, y sin avisar, disparó contra la multitud. Entre las víctimas había hombres y mujeres que solo estaban celebrando su fe y sus tradiciones. Lo peor es que esto ya ni siquiera sorprende allá en ciertas zonas de México, donde las balas mandan más que el gobierno.
Muchos de los que están leyendo esto desde El Paso, Dallas o Denver se fueron justo para evitar que sus hijos crecieran entre este tipo de pesadillas. Porque aunque uno extrañe su tierra, también sabe que en muchos lados ya no se puede vivir en paz. Y no se vale que una fiesta termine en masacre solo porque alguien “cruzó territorio” que ni le pertenece.
Las autoridades mexicanas, como siempre, prometieron una investigación a fondo. Pero tú y yo sabemos cómo va esa película. Puras promesas, cero justicia.
								
															


