Mientras unos celebran la llegada del tren México–Querétaro como si fuera el Renacimiento del transporte, en León ya están buscando cómo no quedarse varados en el siglo pasado. La ciudad zapatera quedó fuera del trazo final del megaproyecto ferroviario y ahora, con el sombrero en mano (y el pavimento hecho trizas), pide que al menos les avisen por dónde sí pueden moverse.

El alcalde panista Alejandro Navarro —sí, el mismo que sueña con volver a encender las luces del PAN como si fueran focos navideños— declaró que están buscando soluciones viales alternativas, como si eso fuera consuelo ante el hecho de que los trenes de desarrollo pasaron de largo y ni un pitazo dejaron.

Según las declaraciones oficiales, León no fue incluido porque “no estaba en el trazo”. ¿Y cómo iba a estar, si cada sexenio cambia el trazo como cambia el humor de sus promotores? Lo cierto es que mientras los trenes del futuro avanzan, León sigue rezándole a los puentes vehiculares de los años noventa y parchando baches como si fueran heridas de guerra.

La molestia crece entre empresarios, transportistas y ciudadanos que, otra vez, sienten que la modernidad es una película que solo pueden ver desde la sala de espera.

En La Peste Negra, nos preguntamos: ¿cuántas veces más van a dejar a León fuera del mapa antes de que alguien grite “¡GPI!”? ¿Cuántos proyectos más van a pasar de largo mientras en el Bajío siguen discutiendo si los pasos a desnivel son magia o espejismo?

De momento, el único tren que parece estar asegurado para León es el de los memes… y ese no necesita estaciones.